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miércoles, 11 de junio de 2014

Los 60 años de Los 7 Samuráis, el clásico de Kurosawa



Se cumplen 60 años del estreno de Los 7 samuráis (Shichinin no samurai, 1954), una de las obras maestras de la historia del cine y estandarte del género de guerreros medievales que popularizó Kurosawa Akira en occidente.
Los cines están reponiendo el film que causó controversia en los pasillos del Estudio Toho por su alto coste y el British Film Institute presenta una edición nueva en formatos digitales para celebrar el evento. En Japonismo queríamos unirnos también a la celebración, dada la importancia de una cinta tan influyente, imitada hasta la saciedad pero nunca superada, y que representa otra de las piezas indispensables de la cultura japonesa.
La confrontación entre el deber o giri y el sentido común o ninjo es una característica que marca ya a los primeros truhanes del medievo nipón, a los kabuki-mono, y también a los enemigos de éstos, a los machi-yakko. Se suele indicar que los gánsteres modernos de Japón, la yakuza, son los herederos conceptuales de los primeros, si bien los propios protagonistas de la definición prefieren compararse con los segundos; en todo caso, los tres grupos, como digo, comparten esa filosofía de ofrecer su vida por la misión encomendada por el jefe, a despecho de una lógica que les pide echarse atrás.
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Kabuki-mono.
Los menos conocidos machi-yakko afloran en las poblaciones más pequeñas precisamente para repeler los ataques de las bandas, formándose con jóvenes voluntarios que se hacen llamar “los sirvientes de la ciudad”. Dado que a veces son liderados por los capataces de empresas extorsionadas sí que sería lógico ver en ellos esas correlaciones con los sindicatos yakuza que funcionarán en la época Meiji.
Además, los ciudadanos más amedrantados buscaban en sus servicios lo que el gobierno central no podía aportar por falta de infraestructura, una protección policial contratada a espaldas de las instituciones; la calidad moral o el bagaje laboral de los machi-yakko no es importante para los residentes, es más, incluso se prefiere que los jóvenes conozcan el oficio de las armas y del mundo del hampa, para que el fregado contra los kabuki-mono sea de tú a tú.
Uno de los ejemplos cinematográficos más famosos donde podríamos contemplar esta realidad histórica es, en efecto, en Los 7 samuráis, en la que unos aldeanos extorsionados por unos bandidos contratan a unos guerreros sin oficio o ronin para que organicen la defensa de su población.
La idea para abordar este argumento provenía del propio Kurosawa que, dado que su familia había sido samurái, deseaba estudiar cómo era la verdadera vida cotidiana de estos guerreros, adulterada hasta entonces por el cine nacional. En otras palabras, el director le pidió a su guionista de cabecera Hashimoto Shinobu que preparara el guion de la película definitiva sobre los samuráis, la plasmación histórica real del fenómeno, a despecho de los productos familiares de cartón y piedra de, por ejemplo, la Toei o del glamour propuesto por el kabuki. El problema es que la información al respecto, sobre todo la que comprendía los hábitos diarios de los samuráis, era escasa y el libreto presentado por Hashimoto fue despreciado por Kurosawa por su supuesta repetición y falta a la hora de aportar datos nuevos y veraces. Contrariando a Kurosawa, años después, Kobayashi Masaki convertiría el guión en otro de los grandes clásicos del género: Harakiri (Sepukku, 1962).
Por el momento, Kurosawa y su equipo se encerraron en un ryokan para trabajar sobre un artículo que el director había leído y que trataba sobre la contratación de un samurái por parte de unos labradores para defender el territorio. Cuando Los 7 samuráis se estrene en Estados Unidos, algunos críticos occidentales, que habían achacado al japonés ser un imitador de las propuestas de Hollywood, volverán a cuestionar la originalidad de Kurosawa, al señalar que ahora el japonés no había hecho otra cosa que repetir el argumento de Solo ante el peligro (High Noon, 1952), la obra maestra de Fred Zinnemann, desde una perspectiva asiática. Esta opinión vendrá influida también por la versión reducida del largometraje que los mismos productores nipones deciden presentar allí, temerosos éstos de que las más de tres horas iniciales puedan ser una losa para la explotación comercial. De este modo, la principal arma de Los 7 samuráis, el increíble desarrollo psicológico y emocional de los personajes, se veía alterada y, por lo tanto, la calidad final del proyecto se equiparaba al de otros estrenos americanos.
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Kurosawa en el rodaje de la obra maestra.
Sea como fuere, el propio Kurosawa sabía ya que la prensa internacional podía volver a recriminarle su obsesión con el cine de gánsteres y del Oeste americano. Estos escarnios eran escasos y apenas tenían importancia, pero en aquellos momentos, el ego de Kurosawa se había vuelto desmesurado y cualquier insinuación que pudiera ir en su contra le producía bastante dolor. Por ello, imaginó que si llenaba el filme de secuencias con lluvias torrenciales, los críticos no podrían comparar a Los 7 samuráis con ningún western, porque las cintas de pistoleros se enclavaban normalmente en la seca y arenosa California.
La planificación de, por ejemplo, la batalla final es mítica ahora gracias a esa utilización exagerada del aguacero y la entrega de los personajes en una situación ambiental desagradable. La verdad es que todo esto está también relacionado con ese carácter déspota que estaba haciendo famoso a Kurosawa; sin preocuparle lo más mínimo la salud de los suyos, el director ordenó que se pusiesen en funcionamiento siete bombas de agua que inundaron el lugar, además en un momento en el que no paraba de nevar; los actores interpretaban sus papeles sin rechistar pero cuando la cámara dejaba de filmar, se quedaban estáticos debido a que sus pies estaban completamente entumecidos.
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Las escenas lluviosas de Los 7 samuráis.
Otras anécdotas similares fueron sufridas por Shinaba Yoshio, que encima da vida al samurái más cómico y por el compositor Hayasaka Fumio, que estaba muy enfermo de tuberculosis durante el rodaje. El primero tuvo que soportar la ira de Kurosawa, que decidió utilizarlo como el bufón del elenco capaz de absorber las críticas del director hacia las cosas que se hacían mal en general. En cuanto al segundo, en la sala de montaje musical de la Toho se había colocado un cartel de ‘no fumadores’ por respeto hacia el hombre, para que éste pudiese trabajar en la grabación de la banda sonora sin problemas, pero Kurosawa no dejó de fumar a su lado al mismo tiempo que le daba órdenes. El director había sido capaz de parar el rodaje por su propia salud, haciendo que el presupuesto se disparase, pero no hacía lo mismo cuando contemplaba que su equipo estaba al límite durante todo el año y pico que duraron las filmaciones. Kurosawa se sentía fuerte gracias al éxito obtenido dentro y fuera de Japón; cuando llegaba en su coche a la Toho, los empleados le saludaban como si fuera el presidente de la compañía e incluso se le llegó a bautizar como “el emperador” por estas reverencias tan ceremoniales.
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El célebre cartel del filme
En todo caso, la Toho temía ya no sólo por la inversión tan alta que había reservado para un proyecto que parecía no tener fin, sino incluso por la propia solvencia del Estudio, amenazada por esa meticulosidad de Kurosawa que le llevaba a salirse del presupuesto.
Los directivos se plantearon el despedir al maestro pero, temerosos de una revuelta de los trabajadores de la Toho, desistieron de ello; y es que la actitud tirana de Kurosawa para con los suyos no le había granjeado enemistades, sino todo lo contrario, una fidelidad visceral que caracterizará para siempre a la Kurosawa-gumi. La premisa del japonés era clara: deseaba que los participantes se involucraran en sus papeles de una manera que hiciese lo ficticio más real que nunca; incluso, Tsuchiya Yoshio, que interpreta al lugareño más ansioso por vencer a los villanos, llegó a vivir con Kurosawa, empapándose aún más de la filosofía del genio.
Para resumir los ríos y ríos de tinta que se han vertido sobre las virtudes de Los 7 samuráis, sin entrar a juzgar si el largometraje es una remedo excelente de las mejores películas del Oeste de Hollywood y sin examinar los recursos técnicos que conforman las vibrantes secuencias de acción, lo que hace grande a la considerada como una de las mejores películas de la historia es justamente la multiplicidad de comportamientos que profesan los personajes. Cada uno de ellos fue diseñado en el guion, describiendo hasta sus características más banales, como si tuviesen vida propia y Kurosawa quería que esto fuera expuesto por los actores en la pantalla. Así, las relaciones entre los protagonistas, y entre los grupos que conforman, se hacen infinitas y la riqueza psicológica se hace muy sofisticada.
Al único actor que se le permitió aportar elementos de su cosecha fue a Mifune Toshiro. A estas alturas se evidenciaba que Mifune se interpretaba a sí mismo y esas gesticulaciones tan sobreactuadas podían aludir a su deseo de ser aceptado por la sociedad; su personaje se pasará toda la película siendo un fanfarrón que provoca sensaciones dispares entre el resto de los samuráis, de la misma manera que el joven Mifune se fotografiaba durante la II Guerra Mundial como si fuera a pelear en el frente sólo para lograr la admiración de sus familiares. Este complejo de inferioridad está teñido de un humanismo que logrará rompernos el corazón cuando el guerrero muera en la batalla.
Al no estar elaborado Kikuchiyo -su personaje- en el guion, en él encontramos los únicos deslices de un diseño de personajes tan preciso como filmar el crecimiento del pelo de uno de ellos para demostrar en la pantalla el paso del tiempo. Los créditos señalan que la historia comienza a principios del siglo XVI, pero en una secuencia Kikuchiyo asegura que ha nacido en el segundo año de la época Tensho, en 1574.
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Mifune Toshiro, en uno de sus papeles más recordados.
La aldea de los contratantes se construyó en cinco zonas diferentes y estos decorados son también un prodigio para la época que avergüenzan a muchas de esas películas del Oeste que se realizaban al otro lado del charco. Puede que Kurosawa hubiera puesto el foco de atención en las obras maestras de John Ford y John Wayne para fabricar su film con Mifune, dando la razón a sus detractores y a los que le tachan de occidentalizado, pero negar que Los 7 samuráis influyó en la carrera de futuras promesas de Hollywood sería también una temeridad, sobre todo cuando muchos de ellos, George Lucas o Steven Spielberg, por ejemplo, lo han reconocido así.
Los 7 samuráis, que tampoco tuvo un éxito de distribución y de premios internacionales demasiado grande y hasta provocó un litigio judicial que duraría hasta 1991 debido a la propiedad de los derechos entre productores japoneses y americanos, concretó la moda de películas japonesas de espadachines en el mundo entero y sí que intervino en el concepto de multitud de westerns producidos a continuación. El más célebre de éstos es, por supuesto, Los 7 magníficos (The Magnificent Seven, 1960) de John Sturges, proyecto de remake llevado a cabo por su protagonista Yul Brynner, que compró los derechos a la Toho a través de los productores Lou Morheim y de Anthony Quinn.
Huelga decir que en el clásico americano la composición de las relaciones humanas que hay entre los samuráis de Kurosawa se pierde por completo y, sobre todo, la ambigua dependencia entre estos ronin y los aldeanos que les contratan. Algunos críticos como Stuart Galbraith IV aluden a que los americanos sólo pudieron disfrutar en aquellos días de la versión reducida de Los 7 samuráis, de ahí que se perdieran las sugerencias que apuntan a que todos los participantes eran más o menos bandidos, provocando que los secundarios de Los 7 magníficos sean tan superfluos. La verdad es que habría que apuntar tal vez a la propia concepción de la imagen del gánster japonés, en una cultura asiática donde la yakuza puede ser bien vista si es provechosa para la comunidad; es la cultura alrededor de los kabuki-mono y machi-yakko, la vileza de los pobladores de las aldeas, de los salteadores que se acercaban de vez en cuando a sus inmediaciones y de las mismas bandas policiales.
Sólo aquí se deduce que la influencia del cine de Hollywood en Kurosawa se establecía en todo caso en ciertos planteamientos técnicos, pero no en la esencia de los personajes. Cuando le pregunten si ha visto Los 7 magníficos, el maestro no responderá de forma afirmativa o negativa; únicamente dirá: “los samuráis no son pistoleros”.
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Los 7 magníficos, la imitación americana del clásico japonés.
Los 7 samuráis tuvo una adaptación en el 2004 en versión dibujos animados para ser disfrutada por los fans del anime y manga; su titulo es Samurai 7 (2004) y fue serializada para la televisión, presentando el argumento en un futuro mecanizado y robotizado. Pero antes, el boom provocado en Japón por la película, conseguía que nacieran alrededor de Kurosawa imitaciones que conforman la Edad de Oro del cine de samuráis entre principios de los años 50 y finales de los 60, un género que beberá de las películas del Oeste pero que también se presenta como completamente autóctono, influyendo a su vez en el cine occidental.

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