La estética japonesa, que es casi como una filosofía de vida por los conceptos que tiene en cuenta, no sólo ha dado forma a las artes tradicionales sino también a los códigos sociales y manera de ser de los japoneses, es decir, ha influido y mucho en el día a día de la vida japonesa y aun hoy se deja notar.
Esta estética nipona se basa en una serie de ideales de belleza y valores estéticos (como miyabi, wabi sabi, iki, mono no aware, shibui, mujōkan, yūgen, johakyū, geidō…), pero, ¿qué hace que algo sea bello para los japoneses?
La estética japonesa surge de la combinación de las dos religiones mayoritarias y más influyentes del país: el sintoísmo y el budismo. Mientras que el sintoísmo deja notar su influencia a través de la importancia de la naturaleza, el budismo zen lo hace en la caducidad e imperfección de las cosas. De ahí que surjan cuatro de los valores generales claves de la estética japonesa, que se oponen en cierta medida a la visión occidental del concepto de belleza y arte; son la asimetría o irregularidad, la insinuación o capacidad de sugerir, la caducidad y la sencillez o naturalidad.
- Asimetría o irregularidad: Si en Occidente buscamos la simetría y el equilibrio, entendiendo que si algo no es simétrico no es bello, porque está “descompensado”, en Japón el desequilibrio visual es bello. Y lo es justamente porque “imita a la naturaleza”, ya que la naturaleza es irregular, no simétrica. En la vida actual, podemos encontrar la importancia que tiene este valor estético por ejemplo en la celebración del mes de noviembre shichi-go-san, que celebra la irregularidad (de los años de niños y niñas). Los jardines tradicionales japoneses son un ejemplo perfecto de la belleza de la asimetría y la irregularidad; son jardines que imitan el paisaje de la naturaleza y por lo tanto son asimétricos e irregulares y justamente eso los hace bellos.
- Capacidad de sugerir o de insinuación: Lo bello es lo que se insinúa, no lo que se muestra. Lo directo, franco, claro y sin ambigüedades es rudo y maleducado. Las cosas hay que darlas a entender, hay que sugerirlas, hay que mostrarlas de forma indirecta. Es la idea de “dar a entender sin decir”. Las geishas son un claro ejemplo del poder de la insinuación, cubriendo su rostro de maquillaje blanco o vistiendo sobrios kimonos estampados pero dejando entrever el rojo del kimono interior. Es el iki, o la elegancia sensual, de la que ya os hablamos.
- Caducidad: En Japón no existe el deseo de perdurar para toda la eternidad, porque no existe el concepto filosófico de la inmortalidad del alma. Mientras en Grecia, por ejemplo, se construía en piedra (material resistente que sobrevivía al artista), en Japón se utiliza la madera, más caduca y además más ligada a la naturaleza. De ahí la afición de los japoneses por la efímera belleza de los sakura o cerezos en flor, o también por el arte ikebana o arreglo floral, que es un arte efímero, caduco.
- Sencillez o la naturalidad: En Japón las formas bellas son las formas no rebuscadas o elaboradas, son las cosas pequeñas por encima de las grandes construcciones. Por ejemplo, las cerámicas raku o zen destacan por su imperfección aparente, por su tosquedad. No son refinadas, no parecen bien terminadas, parece que tengan defectos (que normalmente han sido deliberadamente añadidos). En este caso es una ‘naturalidad’ aparente. Mucho se podría decir, de todas formas, sobre si es realmente natural y sencillo algo a lo que se le han añadido estos defectos a propósito, de todas formas.
Esta entrada pretende ser sólo una introducción al concepto, del que se podrían escribir miles de entradas larguísimas, naturalmente, así que nos dejamos muchas cosas en el tintero, pero como introducción al concepto de estética japonesa creo que hemos hecho un buen resumen.
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